Actor con 2 Oscar y un titulo de Sir,
Anthony Hopkins,
es un actor, compositor, director, productor, dibujante, escritor, músico y pintor galés. Saltó a
la fama internacional sobre todo por su interpretación de Hannibal Lecter, psicópata de las películas. Sin embargo, no se le puede
encasillar ni definir por estos logros, ya que ha alternado el cine con
trabajos teatrales a lo largo de su carrera; ha sido aclamado por la crítica por
sus interpretaciones en Drácula, de
Bram Stoker (1992, Francis Ford
Coppola), Howards End (1992, James Ivory), Tierras de
penumbra (1993, Richard
Attenborough), Leyendas de
pasión (1994, Edward Zwick) y Nixon (1995, Oliver Stone) -por el que fue nominado nuevamente para el Oscar al mejor
actor. Y “lo que queda del día”, una película donde muestra sus facultades como
mayordomo, de forma impecable.
30 años después de ganar el
Óscar al mejor actor volvió a hacerse con la estatuilla por su papel, en el
Padre, siendo el actor con más edad (83 años en ese momento) en recibirlo.
“Recuerdo el primer día de clase con aquel olor a leche
podrida, pajitas y abrigos húmedos. Me senté ahí, completamente petrificado, y
ese sentimiento se quedó conmigo durante toda mi infancia y adolescencia”
Hopkins confesaba que, una vez había llegado a la cima, solo
había descubierto que “no había nada allí arriba”.
El actor asegura que nunca ha sido tan feliz como después de
cumplir los 75.
Cosas de capricornio, con Sol y Mercurio en la 12, este
Mercurio regente de C-5, a dificultado la comunicación, en especial con su
primera hija, no así en su faceta de actor.
Hopkins era un señor sensible y retraído como los personajes
que interpretaba, pero él corregía esa percepción: “Puedo ser un tirano. Sin
escrúpulos. Yo quiero lo que quiero. Soy muy, muy egoísta. Algo me atormenta,
no sé lo que es, pero me provoca mucha inquietud”, confesaba en
1996. “Fui a ver a un psicólogo y acabé llorando en la primera sesión. Sentí
tanta vergüenza. A mí me enseñaron que los hombres no lloran”. No volvió a la
terapia.
También confesó en otros momentos, haber sido alcohólico,
miembro de Greenpeace y en estos últimos años la enfermedad que le acompaña.
Durante el rodaje de El Tocador por
fin comprendió por qué a tanta gente le gusta
Shakespeare. Últimamente sueña con elefantes, como los que vio de pequeño, vio
en el clásico de aventuras de 1937 Elephant Boy con su abuelo.
“También pienso mucho en un día que pasé con mi padre en la playa”, confesó
a Interview. “Yo estaba llorando porque
se me había caído a la arena un caramelo que me había comprado. Pienso en ese
niño miedoso, que estaba destinado a crecer y a volverse un idiota en la
escuela. Torpe, solitario, rabioso. Y quiero decirle: ‘No pasa nada, chaval, lo
hemos hecho bien”.
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