Ramón F. Iturbe y la escuela amarilla de San Francisco de Tacuichamona Rosendo Romero Guzmán

Ramón F. Iturbe y la escuela amarilla de San Francisco de Tacuichamona Rosendo Romero Guzmán Ramón F. Iturbe y la escuela amarilla de San Francisco de Tacuichamona Rosendo Romero Guzmán La revolución en Sinaloa, generó una pléyade de héroes y antihéroes que han pasado a la historia por sus actos, y participación, en el impulso de alguno de los proyectos que se dieron de como dirigir los destinos de la patria. Uno de esos personajes es Ramón F. Iturbe, militar, que durante la lucha armada maderista alcanzó el grado de general brigadier, distinción que más tarde fue ratificada en el ejército constitucionalista que apoyaba a Venustiano Carranza contra la dictadura de Victoriano Huerta. Terminada la lucha fratricida y como culminación de su carrera militar logra ascender a general de división. Su origen se remota al puerto de Mazatlán y a las siete horas del día siete de noviembre de 1889. Su alumbramiento ocurrió en la casa marcada con número cincuenta de la calle de San Germán, siendo hijo natural del mazatleco Adolfo Fuentes, del que se dice era de origen chileno y de la culiacanense Refugio Iturbe, originaria del pueblo de Obispo, dentro de la actual sindicatura de Higueras de Abuya. En edad, fue el segundo de la prole, pues según archivos eclesiásticos de la Santa Iglesia Parroquial de Mazatlán tuvo una hermana, Francisca, que fue bautizada en 1880. Cuando se instalaron nuevamente en Obispo, Ramón era un infante de corta edad, pues cuando nació su hermana Beatriz, la primera de los Sicairos Iturbe, él contaba con seis años, era el único hombre, por eso prácticamente no tuvo infancia, como todo niño de campo y pobre por añadidura, desde corta edad tuvo que ayudar a la economía familiar realizando diversas tareas tan comunes en la vida de los campesinos de esos tiempos, era una existencia pesada donde abundaba el trabajo, las bocas que alimentar, pero que en contra parte escaseaba el dinero. Por un tiempo radicaron en el pueblo de su madre, pero había que buscar la vida así que se mudaron a Salsipuedes, donde pasó parte de su infancia, luego migraron a Oso y Quilá, ya siendo un jovencito se estableció cerca de la capital del estado, resultado de que abrió un abarrote en el pueblo de Alcoyonqui. Establecido en Culiacán estudió su educación básica en la escuela del maestro Tello de Meneses, luego ingresó al Seminario Conciliar de Sinaloa, institución que abandonó por no poder cubrir la colegiatura, ya adulto, inició 1912, estudios de ingeniería en Los Ángeles, California, cuando se enteró del cuartelazo de Félix Díaz y Bernardo Reyes, ocurrido el 10 de febrero de 1913, por lo que abandonó de momento su sueño de convertirse en profesionista y regresó al país, al cruzar la frontera se dio a la tarea de buscar y conferenciar con el general Álvaro Obregón, lo cual logró en Nogales, Sonora, tras dialogar con el sonorense, lo convenció de que le diera el mando de tropas para ir a liberar al estado de Sinaloa. Ejerciendo el oficio de la guerra, en múltiples batallas, afrontó a la muerte, pero hubo una, en su fase civil y de político, en la que no la expuso, pero si la enfrentó por ser un flagelo para la sociedad, principalmente en la niñez, me refiero a la analfabetización, que a principios del siglo veinte, incluía al ochenta por ciento de la población sinaloense que estaba en edad de leer y escribir un mensaje. Motivado por su experiencia escolar, ya que se convirtió en gobernador del estado (1917-1920), dio un importante impulso a la educación y a la niñez al promulgar en 1918, una Ley de Instrucción Pública en donde planteaba entre otras cosas, que la educación dependería del gobierno estatal y no de los municipios, pero que transitoriamente, al sostenimiento económico sería a cargo de la autoridad municipal y la dirección técnica estaría bajo la responsabilidad del estatal, para darle vida institucional a este proyecto, creó la Dirección de Educación Pública y expidió la Ley Orgánica Educativa, una prueba más de su preocupación por la niñez, es la apertura del Hospicio Francisco I. Madero para niños huérfanos o hijos de padres de muy baja condición económica; por ello se acondicionó el edificio del seminario conciliar y le otorgó una subvención anual. Mientras tanto en los años treinta del siglo pasado, la comunidad de San Francisco de Tacuichamona como comisaría de la sindicatura de San Lorenzo no podía aspirar a mucho, más que era un poblado relativamente aislado, de doscientos cincuenta habitantes y ubicado al pie de la Sierra Madre Occidental, condiciones que motivaban a que muchos beneficios oficiales quedaran en el camino, y uno de esos era la educación, más aún, cuando el vecindario y autoridades locales se hacían responsables de los gastos del profesor, edificio y mobiliario. Eran tiempos difíciles, la gente se preocupaba por la sobrevivencia y en esa pelea por la vida se involucraban los integrantes de la familia, incluyendo los infantes en edad escolar a quienes sus padres los incorporaban en actividades laborales como pescadores, labradores, vaqueros, pastores, leñadores, carboneros, labores domésticas, en fin. Manuel Beltrán Millán, ilustró claramente esta situación al afirmar que: «Como todos los hijos, le ayudaba a mi padre a sembrar, él era mediero, pues sembraba a medias con un señor de origen español que se llamaba Emilio Aguerrebere, uno que fue presidente municipal de Culiacán. Don Emilio le prestaba a mi papá un par de bueyes y luego la tierra para que la trabajara. Mi papá se dedicaba a andar con el arado y yo iba detrás de él sembrando, arrojando la semilla. También trabajábamos haciendo leña y postes de brasil, vara blanca, mauto y cafíguano para el ferrocarril». En el caso de las mujeres la situación no era diferente, así lo manifestó Tomasa Gaspar Rupia cuando recordó que: «Nunca salí de primero, pues antes era mucho el convivir uno con el trabajo, y como mi pobre madrecita estaba solita con tanto trabajo no se daba abasto con el negocio de la casa, por eso tenía que ayudarla, ya que era la única mujercita entre tanto hombre, por eso cuando iba a la escuela y daban el recreo en lugar de jugar me iba a la casa a moler el nixtamal en el metate, traer agua del arroyo en la cabeza, sacar agua de la noria, ayudarle a lavar, cocinar y todo lo que se pudiera.» En Tacuichamona, los pocos niños que tenían el privilegio de ser enviados a estudiar, pasaban las de Caín, pues aparte de sus labores cotidianas iban a la escuela, que por lo general funcionaba bajo la álgida dirección de un preceptor y al cobijo de una improvisada techumbre en donde los muebles eran casi inexistentes, al principio fue una escuela trashumante, que lo mismo podía funcionar en una enramada, portal o casa prestada, pero al final terminó alojada en un local, señaló Pedro Rocha García, que: «Era de lata tramada alrededor, y arriba en el techo tenía puestas hojas de palma que le quitaron a una casa vieja, nomás tiraron la palma arriba del techo: Nombre qué iba a tener la escuela mesa bancos, no tenía nada ¡qué iba a haber una banca! Nosotros nos sentábamos en el suelo, no había en que sentarse. Si queríamos sentarnos pues, llevábamos cajones de aceite o una sillita hecha de tablitas y palos de chilicotes.» Para escribir, los niños disponían de pequeñas pizarras y trozos de gis. El plantel funcionaba con horario mixto, las clases iniciaban a las ocho de la mañana y se salía a las once horas con treinta minutos, para regresar a las dos de la tarde, eso sí, las clases terminaban a las cinco. Otro problema era solventar gastos para el funcionamiento del plantel y para eso la comunidad tenía que colaborar, y uno de los mecanismos para obtener recursos era el pago de una cuota que no todos podían cubrir, no porque se negaran hacerlo, sino a causa de su pobreza. Entre los primeros maestros se recuerda a Guadalupe Millán, Cosme Magallanes, Librada Medina, María Esther Tapia, Marina Monzón Wong, Olimpia Hernández y Angelina Rivera. Este abandono educativo perduró hasta mediados de los años cincuenta, cuando un grupo de vecinos de Tacuichamona, entre los que se encontraban, Cleofás Ruiz Álvarez, Lino Manjarrez Tapia, Pedro Torres y Manuel Beltrán Millán se preocuparon por tener una escuela chica, pero digna, más que el alumnado había aumentado y que junto con los niños acudían personas adultas deseosas de saber leer y escribir. Con la ayuda de la gente comenzaron a hacer acopio de los materiales necesarios para la construcción de dos aulas y hasta iniciaron los cimientos, pero tuvieron que detener la obra porque les faltaba un «maistro» albañil para que dirigiera, en ese entonces no había ninguno en el pueblo, puro medio cuchara, tampoco en San Lorenzo, el más cerca estaba en Quilá, pero no lo quisieron contratar porque era muy aficionado a las bebidas alcohólicas y corrían el riesgo que les dejara tirada la obra o la hiciera mal, así que preocupados se pusieron a buscar un mejor prospecto, andaban en esa tarea cuando llegó la noticia que el general Ramón F. Iturbe y su hermano el general Arturo Sicairos Iturbe tenían programado hacer una visita a sus parientes en Tacuichamona, todo era cuestión de tiempo. Apoyados en la parentela del general, logra-ron comunicarse con él y le mandaron decir que querían verlo y además del motivo de su petición. El general avisó cuando iba a estar en el pueblo para hablar de ese asunto. Los del pueblo emocionados se pusieron a preparar todo para darle la bienvenida a Iturbe y compañía de acuerdo como ellos creían que se lo merecía: una espléndida y ovípara comida, además de una banda de música de viento para que amenizara el evento, todo el pueblo quedó invitado. A la hora del evento se la pasaron muy a gusto y esperaron la mejor oportunidad para decirle que el pueblo requería de una escuela de material, que ya habían avanzado pero que les faltaba un albañil para continuar, como respuesta Iturbe volteó y consultó a su hermano para ver si conocía alguien, y ambos concluyeron que en Mazatlán había uno que era muy serio y bueno para la cuchara. ¿Por qué no había de ayudar a sus paisanos con la construcción del edificio de una escuela primaria? Motivos sobraban, como ya se dijo era de la región y tenía familia en el pueblo, además que su mamá y cuatro de sus hermanos habían nacido en el cercano poblado de Obispo y su padrastro Pedro era originario de Tacuichamona, a esto hay que agregarle que al final de la guerra fratricida, la condición económica de Iturbe se transformó e invirtió en propiedades y negocios en la región del valle del San Lorenzo, en donde era común verlo por Oso, Quilá, Tacuichamona y Obispo, por cierto, hasta patrocinaba fiestas patronales. Iturbe se comprometió con los representantes del pueblo de enviarles un buen albañil y que tuvieran algo de paciencia, pero que contaran con ello, la condición era, que los del pueblo se iban a encargar de darle la comida, donde dormir y todos los gastos que se originaran por su estancia, pero que evitaran darle dinero, porque de seguro se iba a ir a emborrachar, además que ya tenía un salario que le daba el ejército. Como a los quince días avisaron a los del pueblo que fueran a Mazatlán por el albañil, que a la postre resultó ser un sargento cuarentón, dispuesto a ponerse a trabajar hasta que los del pueblo decidieran que había terminado con su cometido, nomás pidió que le permitieran ir al puerto cada quince días a ver a su familia. La gente se movió bastante para construir dos aulas, los hombres organizaron cuadrillas de trabajo para ayudar al «maistro» albañil. Los niños también cooperaron acarreando, entre juego y juego, arrimaban los ladrillos, a las mujeres se les veía acarreando arena y agua del arroyo, era un ir y venir. Los miembros del comité organizaron bailes para sacar fondos para la escuela, una de las tareas era construir ramadas, además de colocar lámparas de petróleo alrededor de la pista. Ya en la noche, las bailadoras junto con sus madres, se sentaban en bancas de tabla de cardón, esperando a los jóvenes que previamente habían pagado su derecho a bailar, y ellas no se podían negar, aunque había reglas, porque era baile de beneficio, motivo por el cual solo se podía bailar con el mismo sujeto durante una tanda y no toda la noche. Al finalizar la tanda tocaban «pandero», señal de descanso, para que la gente consumiera refrescos y cerveza. Primero levantaron las paredes, pero tuvieron que suspender la obra a causa de las lluvias, quedando pendiente el colado del techo para cuando llegara la temporada de secas. La escuela se terminó en 1956 y se pintó de color amarillo. Ese año comenzó a funcionar bajo la dirección de la profesora Dolores Beltrán y se le nombró «Cuauhtémoc» en honor al último emperador azteca, pero la gente la bautizó y se le conoce como «La Escuela Amarilla». En su etapa inicial la primara comenzó a funcionar con niños que concurrían de los pueblos cercanos de La Estancia de los García, Igualamo y La Chía, hoy ya no lo hacen porque tienen sus propias escuelas. El general continuó yendo periódicamente al pueblo a visitar a sus parientes, ocasiones que los de Tacuichamona aprovechaban para recibirlo con especial cariño. Este personaje falleció en el Hospital Central Militar de la ciudad de México, cuando esto ocurrió eran las seis horas con veinte minutos del día veintisiete de octubre de 1970, la causa fue un infarto agudo de miocardio no traumático, sus restos descansan en el Panteón Jardín de la Ciudad de México ubicado en la actual Alcaldía Álvaro Obregón, entre los barrios de San Ángel y el Olivar de los Padres. Poco a poco la escuela primaria fue creciendo en alumnos, situación que conllevó a pensar en ampliar y mejorar su infraestructura, objetivo que se logró con la ayuda de la comunidad y el apoyo del gobierno, hoy en día, se refleja en un plantel moderno y suficiente que atiende aproximadamente 200 escolares. Esto influyó para que en 1997, las autoridades educativas decidieran acceder a la petición del comité de desarrollo del pueblo para que se regresaran a la comunidad las dos aulas que con tanto esfuerzo habían construido, pues ellos, las requerían para que ahí se instalara el museo comunitario y así sucedió.

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